sábado, 4 de mayo de 2013

La cintura me está matando

    Me despertó el dolor. La cintura me está matando. Son los diez kilos que subiré en un par de años. O quizás son las preocupaciones que todavía no tengo pero que me aquejan a diario. Me senté en el borde la cama y encendí un pucho. Tengo la sensación de que no debería fumar dentro de casa, pero nadie se está quejando. Son las cuatro de la mañana y están todas las luces apagadas. Y qué cosa tan rara. Me gusta dejar al menos una luz encendida antes de dormir. Por la ventana sin cortinas entra un débil rayito de luz, gentileza de una luna cuesta abajo. Las cenizas van a parar en partes iguales al piso y al cenicero de River que me mira como despidiéndose, vaya uno a saber por qué.
   Apago el pucho y salgo del cuarto. Doy un paso en falso y caigo de rodillas. Mierda, digo, ¿dónde mierda está la escalera? Y me río. Es que no hay escalera en esta casa. Abro la heladera y encuentro los restos de una milanesa a la napolitana y de una coca de tres litros. Desayuno de campeones, me digo y doy cuenta de ellos.
    Me meto en el baño. Lavo mis dientes y me afeito. Mientras me miro en el espejo pienso pero qué es esto. El pelo llora de corto. La cara con más granos que vellos. Y me río. Me río otra vez sin venir a cuento. Es que hace quince años que llevo el pelo corto. Es que nunca me dejé el bigote ni quise hacerlo.
    Me visto despacio. Fumo otro pucho. El humo juega en el techo. No tengo medias limpias. Voy a buscar las menos sucias en el canasto de ropa sucia que no tengo. La camisa sí que esta limpia y bien planchadita. Es que para mí es una apuesta planchar cada camisa y gano cuando juego. Otra colilla al cenicero. Un poco de gel al pelo. Salgo de casa esquivando los regalos de los perros. Pinches perros, digo y no me entiendo. Empiezo a caminar buscando la parada del colectivo. Voy a llegar tarde al trabajo y me parece raro aunque sé que no lo es. Sigo caminando y me pregunto ¿qué es esto si no es un sueño?