martes, 24 de diciembre de 2013

Mi cuento de vanidad

    Martes veinticuatro de diciembre, siete de la mañana. Suena el despertador, abro los ojos y recorro con mi mano el lado derecho vacío de la cama. Pego un salto y me levanto. Desnudo bajo al trote por las escaleras en busca de la cocina para prepararme el desayuno. Sí, ya sé, cosas que hace uno cuando está solo en casa. Desayuno y me felicito, qué buen desayuno me preparé hoy. Subo las escaleras, me baño, me miro al espejo y me digo qué bien me tratan los años, si hasta esas canas que se notan más con el pelo bien corto me dan un toque especial. Me visto, me cuelgo el morral, enciendo un pucho y salgo a la calle, a esa puta calle que sólo parece sonreír porque estamos en vísperas de navidad.

    Martes veinticuatro de diciembre, ocho y media de la mañana. Miro el reloj y sonrío, qué temprano, todo va según lo planeado. Camino a buen paso y bajo al centro de la ciudad. Voy por los ingredientes que me faltan para la cena que prepararé para esta noche. Sé que voy a lucirme, como cada vez que cocino. También voy por los últimos encargos para Santa, apuro el paso, quiero terminar rápido, antes de que el calor de esta navidad subtropical me derrita las ganas.

    Martes veinticuatro de diciembre, diez y media de la mañana. Estoy otra vez en casa. Un poco agobiado por el calor, pero imparable como la inflación. ¿Ingredientes para la cena? ¡Listos! ¿Encargos para Santa? ¡Listos!. Busco un cenicero, enciendo un pucho, me siento y me pongo a pensar.

    Martes veinticuatro de diciembre, once y media de la mañana. ¿Cuántas veces me miré en el espejo? ¿Cuántas veces releí lo poco que he escrito? ¿Cuántas veces me repetí lo mismo? Qué bien que estás, si sos divino. Pienso esto mientras respiro el silencio de las paredes que me guardan por capricho. Presto un poco más de atención, sólo escucho los ruidos que vienen del exterior. Pienso en el rey de un reino vacío. Sin sombras de fantasmas. Sin cenizas de gritos. Pienso el rey y su mirada soberbia. En su trono de cartón, su cetro de piedra y su corona de arena. Uso la colilla del pucho que estoy fumando para encender otro y me acomodo en la silla.

    Martes veinticuatro de diciembre, doce menos cuarto de la mañana. Escribo esto que estás leyendo. No conozco otra manera de contarte o contarme un cuento. Lo publico. Dejo de pensar, por ahora, en la inmortalidad del cangrejo y me pongo a cocinar. Mientras cocino sonrío, pase lo que pase me gusta contarme que las cosas están en su sitio.


martes, 10 de diciembre de 2013

Esta boca es nuestra

Hay tufillo a mil nueve ochenta y nueve
y hay tufillo a dos mil uno,
(lo niegue quien lo niegue)
Quizás me equivoque,
quizás soy inoportuno,
quizás soy incoherente,
pero siento que una boca pútrida
nos baña con su aliento pestilente.
¿De quién es la boca de dientes puntiagudos
que no nos besa, pero nos muerde?
Esta boca no es mía, dicen algunos,
esta boca es tuya, te dicen de frente.
Pero digan lo que digan
y le pese a quien le pese,
esta boca es nuestra,
como era antes,
como será siempre.