lunes, 24 de marzo de 2014

No te lleves estas dos palabras, viento


   Será que nací en 1977 al norte de un país que era y es todo sur, que a veces me siento desubicado. Mi viejo tenía 39 años y ya cargaba en las espaldas toda una vida de sangre, lágrimas y trabajo. Mi vieja tenía 19 años, recién terminaba la escuela y vivía en medio de estos cerros que son tan míos, pero que siempre estuvieron lejos de los llanos de su Santiago.
   Nací en una Argentina oscura y terrible, pero nadie me había avisado. En mi casa nunca se habló de aquellos años o, quizás, se habló y yo no escuché, porque estaba jugando en otro cuarto. También pudo pasar que quisieron contarme y yo escuchaba para otro lado. La cuestión es que me pasé los primeros 13 años de mi vida sabiendo poco y nada de esos infames años.
   En 1983 tenía 6 años. Recuerdo la alegría que se respiraba en las calles porque había vuelto la democracia. Yo no sabía quién era, ni a dónde había ido, pero qué bonita sonaba esa palabra en la voz de ese tal Alfonsín que la repetía y la enarbolaba. Pero, para mí, ahí quedó todo. Yo seguí con lo mío, que era jugar a ser niño mientras inexorablemente dejaba de serlo.
   En 1990 escuchaba música grabada en los setenta, así que un día me puse a leer sobre lo que pasó en aquellos años, creo que comencé en octubre y todavía no he parado.
   En 2001 murió crucificado el niño que llevaba adentro. Él mismo talló su cruz y clavó sus clavos. En el pecho llevaba pintados con tinta morada una pluma, un martillo, un libro y todo su desencanto.
   En 2014, un lunes por la mañana, 24 de marzo, feriado, me puse a escribir esto. Pero resulta que la memoria es tan caprichosa como la inspiración. Quería escribir sobre lo que pasó hace 38 años, pero sólo pude escribir sobre lo que me pasó mí durante estos 37 años. Por un momento me desilusioné de mí mismo, pero ya se me pasó, porque lo que pasó, también me pasó aunque no me ha pasado. Y todo lo que hoy pasa, pasa por y a pesar de la oscuridad de aquellos años.
   Al final, nada de lo que quería decir pude ponerlo en palabras, pero quiero dejar algo escrito para no perder la maña.
   Todos los muertos son míos y son nuestros, aunque no me pertenecen ni nos pertenecen, aunque no sé todos sus nombres ni ustedes tampoco.
   Todas las palabras son mías y son nuestras, no importa cómo las pronunciemos, porque las palabras saben de lo que hablan.
   Por eso, viento, no te lleves estas dos palabras.
   Nunca más.