Desperté con ganas de leer
y buscando encontré,
entre los espacios vacíos
de tantos y tan perdidos libros,
un cuento tan tuyo,
un cuento tan mío.
Tomé entre mis manos
surcadas por el tiempo
las hojas amarillentas
y ajadas, pero sedientas,
y las acerqué a mi rostro
o mi rostro se acercó a ellas,
y sentí el perfume de aquellas
calles que escribimos
casi sin darnos cuenta.
Y se me escapó una lágrima
tan dulce como salada,
que rodó por mi mejilla
y dio un salto sin red,
y dibujó una pirueta sencilla
para al final caer como el último
beso de nuestro último día,
justo en el espacio entre dos líneas,
borroneando un poco la de abajo,
borroneando un poco la de arriba,
recordando lo que todavía no pasó
olvidando que todavía tu mano
busca mi mano y la encuentra
murmurando medio dormida,
soñando medio despierta,
sobre el lomo de una novela
escrita por un poeta.