jueves, 7 de febrero de 2013

Uno


    Uno busca lleno de esperanzas el camino que... No. No, no y no. De ninguna manera. Recitar el tango fatal que aprendimos de memoria en las calles grises que sólo sobreviven en nuestros recuerdos es un ejercicio inútil y suicida. Suicida porque es fácil vivir sin vivir llorando por los rincones tanto de noche como de día. Sabemos que ese tango no es el tango que abrazamos en nuestras noches de insomnio. Sabemos que en nuestro tango desentonamos porque es nuestro. O que desentona el tango en nuestras noches de boca cerrada y mirada abierta, porque la noche no es del tango, aunque quisiera. Sabemos que bailamos solos y en silencio, sentados en una silla de madera dura que poco a poco se fue despintando. Sabemos que la silla nos enfrenta a una mesa hecha de la misma madera que también se fue despintando con el paso de lunas ciegas muertas de frío. Sabemos que sobre la mesa grita la ventana mira, o grita, a ese mundo que está más allá de la puerta, pero despreciamos la puerta porque el mundo nos queda más cerca, o algo así, si nos encerramos con dos candados, tres cerraduras y cuatro cuadros. Sabemos que esta noche terminó hace mucho tiempo y, sin embargo, seguimos tarareando el mismo tango en la noche interminable, fumando uno tras otro esos cigarrillos negros que nos gustan tanto. Sabemos que la ausencia del fin y el fin de la espera es la misma cosa, porque todo da vueltas y vueltas hasta que las mismas vueltas se marean. Sabemos que no depende de nosotros y no nos importa, y al mismo tiempo nos importa tanto que nos vuelve locos y ya no sabemos qué escribimos. Y hasta ahí llegamos siendo uno y tenemos que enfrentarnos con nosotros mismos y decidir y así dividirnos. Dejamos de escribir o escribimos. Y al final da igual. Es lo mismo. Lo que importa es leer, porque lo que es escribir, escribe cualquiera. Es facilísimo.