domingo, 24 de diciembre de 2017

Digo que no escribo ...

    Digo que no escribo porque no tengo tiempo, o porque el tiempo me alcanzó y me vine viejo, o porque estoy para otra cosa, o porque para escribir algo mediocre mejor ni escribo, y miento. Decís que no escribo porque ya no me inspirás y estás equivocada, lo siento. A veces las cosas son simples. No escribo porque tengo miedo. No temo a mi gramática siempre errada, ni a mis ideas viejas, ni a mi prosa bastarda. Como te dije antes, las cosas a veces son simples, temo a las palabras.

    Las palabras, como todas las cosas, tienen un lado oscuro. No es casualidad que la tinta casi siempre sea negra, como la oscuridad que le da a la muerte sabor a nada. Las palabras perduran, son lo que queda cuando la mano del escribidor ya no puede aferrarse a nada. Cómo no tenerle miedo, si cada vez que escribo veo a mis cenizas en forma de letras deformadas.

    Pero aquí estoy, estamos. Así que te escribo a pesar del miedo.

    Una mañana, café, mi cabeza a mil antes de la primera taza, vos sin poder entenderme hasta después de que el café levante tus persianas. Llevamos a Amelia a la escuela. Me acompañás mientras manejo. Son quince minutos y mil puteadas. Nadie que se cruce en mi camino se salva. Mientras vamos de vuelta fumamos, hablamos algunas cosas importantes y también algunas pavadas. Un beso, vos a tus cosas y yo a la fábrica.

    Una mañana sólo uno de los dos releerá estas palabras.
    Faltará una boca para el beso.
    El café sabrá a tierra, el pucho a humedad añejada.


    Me da miedo, así que ahora dejo de escribir, me fumo un último pucho en la madrugada y me acuesto a dormir. Quiero olvidarme de las palabras. Solo quiero despertarme una y otra vez, y que sigas estando en mis mañanas. 

domingo, 15 de junio de 2014

En el camino, te veo, nos veo


    Francisco era carpintero. Imagino que era muchas otras cosas, pero me quedo con ese dato certero. ¿Cuántos años tenía en la década del ’30? ¿Votó por Yrigoyen? ¿Escuchaba los partidos de la banda en la radio y gritaba los goles de Labruna? ¿Qué sabía de los horrores de la segunda guerra mundial? ¿Qué pensó cuando ascendió Perón? ¿Qué pensaba de Evita? ¿Qué pensó cuando derrocaron al general? ¿Tenía las mismas manos fuertes de mi viejo? Son tantas preguntas, quizás algún día, o, mejor dicho, alguna noche de insomnio me las conteste.
    René era ferroviario. Como maquinista, hizo alguna vez el tramo que une San Salvador de Jujuy y La Quiaca. En parte, ese ramal del ferrocarril Gral. Belgrano, que hoy se oxida tapado por la indiferencia, es culpable de mi gentilicio. Con él las preguntas son menos, pero no pocas. Sé que no votó a Perón para su segundo gobierno, o eso creo, porque, según mis cálculos, sólo tenía diecisiete años en aquella primavera. Pero era peronista, tan peronista que descolgó su foto con Menem de la pared cuando entendió la infamia del falso caudillo de sus últimos días. En casa de mi viejo todavía está la copia de «La comunidad organizada» que me regaló un verano, cuando lo ayudaba a fumar, porque ya no podía utilizar sus manos.
    Mi viejo se llama Miguel. Los que nos vieron caminar juntos, dicen que tenemos el mismo andar, que es el mismo andar que tiene mi hijo Sebastián. Con eso está todo dicho. Llevo años tomando notas mentales sobre su vida, pero ahora sólo voy a decir eso. Creo que algún día, cuando lo años me pesen y el insomnio sea mi única salida, pondré un tango bajito, para no despertar al día, y escribiré una historia, mitad real, mitad ficticia, para que mis notas metales no se pierdan cuando se pierdan mis días.



jueves, 5 de junio de 2014

Una carta que nunca escribí para que nunca la leas



   Creo que nunca te escribí una carta y creo, también, que nunca te voy a escribir una. Es que las cartas se escriben a mano y yo escribo con los pies. Por eso ahora no te escribo una carta para que no la leas. Te cuento que hace tiempo que me prometí abandonar lo cursi, es que es un camino cerrado, que inevitablemente me aleja del verdadero camino, alguna vez voy a contarte, o no, de lo que acabo de decirte, pero sí quiero que sepas, antes de seguir leyendo, que lo cursi está ausente en este texto.
   Lo que sí te voy a contar, es que hoy, que es tu cumpleaños, estuve pensando en vos. Y no, no es que el resto de los días, esos días que son tu nocumpleaños, no piense aunque sea un ratito en vos. Sí, me acuerdo de vos cuando escucho cantar a Mercedes Sosa, no porque cantes como ella cuando cantás, sino porque cantás como ella cuando no cantás. También cuando tropiezo con el cordón de la vereda, y no por el tropiezo, sino porque después sigo caminando. También cuando me despierto temprano los domingos y veo por el color de la mañana que será un día tranquilo, los domingos nublados también, pero antes pienso en el viejo, porque se me da por cantar bajito esos tangos que me aprendí de memoria en otros domingos.
   Bueno, la cuestión es que hoy completaste otra vuelta al sol y, de más está decir, no podía quedarme, justamente, sin decir algo por escrito. Quedó breve, pero breve no es cortito. Y si me quedó un poco cursi, no importa, porque no vas a leer lo que no he escrito.