martes, 24 de diciembre de 2013

Mi cuento de vanidad

    Martes veinticuatro de diciembre, siete de la mañana. Suena el despertador, abro los ojos y recorro con mi mano el lado derecho vacío de la cama. Pego un salto y me levanto. Desnudo bajo al trote por las escaleras en busca de la cocina para prepararme el desayuno. Sí, ya sé, cosas que hace uno cuando está solo en casa. Desayuno y me felicito, qué buen desayuno me preparé hoy. Subo las escaleras, me baño, me miro al espejo y me digo qué bien me tratan los años, si hasta esas canas que se notan más con el pelo bien corto me dan un toque especial. Me visto, me cuelgo el morral, enciendo un pucho y salgo a la calle, a esa puta calle que sólo parece sonreír porque estamos en vísperas de navidad.

    Martes veinticuatro de diciembre, ocho y media de la mañana. Miro el reloj y sonrío, qué temprano, todo va según lo planeado. Camino a buen paso y bajo al centro de la ciudad. Voy por los ingredientes que me faltan para la cena que prepararé para esta noche. Sé que voy a lucirme, como cada vez que cocino. También voy por los últimos encargos para Santa, apuro el paso, quiero terminar rápido, antes de que el calor de esta navidad subtropical me derrita las ganas.

    Martes veinticuatro de diciembre, diez y media de la mañana. Estoy otra vez en casa. Un poco agobiado por el calor, pero imparable como la inflación. ¿Ingredientes para la cena? ¡Listos! ¿Encargos para Santa? ¡Listos!. Busco un cenicero, enciendo un pucho, me siento y me pongo a pensar.

    Martes veinticuatro de diciembre, once y media de la mañana. ¿Cuántas veces me miré en el espejo? ¿Cuántas veces releí lo poco que he escrito? ¿Cuántas veces me repetí lo mismo? Qué bien que estás, si sos divino. Pienso esto mientras respiro el silencio de las paredes que me guardan por capricho. Presto un poco más de atención, sólo escucho los ruidos que vienen del exterior. Pienso en el rey de un reino vacío. Sin sombras de fantasmas. Sin cenizas de gritos. Pienso el rey y su mirada soberbia. En su trono de cartón, su cetro de piedra y su corona de arena. Uso la colilla del pucho que estoy fumando para encender otro y me acomodo en la silla.

    Martes veinticuatro de diciembre, doce menos cuarto de la mañana. Escribo esto que estás leyendo. No conozco otra manera de contarte o contarme un cuento. Lo publico. Dejo de pensar, por ahora, en la inmortalidad del cangrejo y me pongo a cocinar. Mientras cocino sonrío, pase lo que pase me gusta contarme que las cosas están en su sitio.


martes, 10 de diciembre de 2013

Esta boca es nuestra

Hay tufillo a mil nueve ochenta y nueve
y hay tufillo a dos mil uno,
(lo niegue quien lo niegue)
Quizás me equivoque,
quizás soy inoportuno,
quizás soy incoherente,
pero siento que una boca pútrida
nos baña con su aliento pestilente.
¿De quién es la boca de dientes puntiagudos
que no nos besa, pero nos muerde?
Esta boca no es mía, dicen algunos,
esta boca es tuya, te dicen de frente.
Pero digan lo que digan
y le pese a quien le pese,
esta boca es nuestra,
como era antes,
como será siempre.



jueves, 7 de noviembre de 2013

Desperté con ganas de leer...


Desperté con ganas de leer
y buscando encontré,
entre los espacios vacíos
de tantos y tan perdidos libros,
un cuento tan tuyo,
un cuento tan mío.
Tomé entre mis manos
surcadas por el tiempo
las hojas amarillentas
y ajadas, pero sedientas,
y las acerqué a mi rostro
o mi rostro se acercó a ellas,
y sentí el perfume de aquellas
calles que escribimos
casi sin darnos cuenta.
Y se me escapó una lágrima
tan dulce como salada,
que rodó por mi mejilla
y dio un salto sin red,
y dibujó una pirueta sencilla
para al final caer como el último
beso de nuestro último día,
justo en el espacio entre dos líneas,
borroneando un poco la de abajo,
borroneando un poco la de arriba,
recordando lo que todavía no pasó
olvidando que todavía tu mano
busca mi mano y la encuentra
murmurando medio dormida,
soñando medio despierta,
sobre el lomo de una novela
escrita por un poeta.

domingo, 20 de octubre de 2013

Dejando de lado la cursilería, feliz día de la madre

    Hoy me levanté con el firme propósito de escapar de mis ganas de escribir una entrada alegórica al día de las madres para este blog. Es que estas ocasiones me ponen cursi y así, pues, no. Pero mi vieja, que siempre está ahí, me dijo «¿no vas a escribirme nada hoy?» o algo así. Y, pues, aquí estoy, escribiendo algo para ella y para todas las madres que andan dando vueltas por ahí.
    En mi tierra la madre es «la vieja» o, mejor dicho, para cada uno su madre es «mi vieja». Y la vieja es única y no hay otra igual. Esa es la parte cursi del asunto de la que hablaba al principio. Después de haberlo escrito voy a dejarlo de lado para poder hablar de lo que hace que esa señora sea tu vieja y que no haya otra igual.
    Para comenzar, tu vieja te llevó más o menos nueve meses dentro suyo y no conforme con eso te lleva a cuestas el resto de su vida. Durante esos meses dejó el cigarrillo, dejó el café, la cerveza y una innumerable cantidad de cosas más. Engordó, se le ensancharon las caderas, se le inflaron las tetas y los pies, hasta el punto de querer andar todo el día en chancletas. Después vos salís como si nada, como si todo. Y la dejás hecha un estropajo, teniendo que cuidarte a vos, a ella y a tu viejo (por lo general los viejos somos sólo niños con poco pelo, mucha panza y una billetera). Hay dos cosas que hace tu vieja desde que tomás tu primer bocanada de aire: te mantiene con vida y te limpia el culo.
    Que tu vieja te mantiene con vida es un hecho. Y no me refiero sólo a que te alimenta y te cuida hasta que podés hacerlo solito. Sé de mamás que tuvieron que partir antes de tiempo y sin embargo ahí siguieron, manteniendo con vida lo que más quisieron. Las viejas te siguen cuidando hasta que sos viejo.
    Tu vieja te limpia el culo, aceptémoslo. Y es culo, no cola, cola tienen algunos animales, culo es el término correcto. ¡Huyan defensores de lo supuestamente correcto! Perdón si me fui por la tangente, ya volví al círculo imperfecto. Te decía que tu vieja te limpia el culo. Es que después de nacer respirás, llorás, comés y cagas. A veces todo al mismo tiempo. Cuando sos un bebé tu vieja te cambia el pañal, entre otras cosas, para que no huelas a muerto. Pero no termina ahí la cosa, porque vos crecés y seguís cagándola. Y, por lo menos en mi caso, tu vieja siempre está ahí, al lado tuyo, ayudándote a limpiar tus desastres. Lo digo por experiencia propia, ya pasada la treintena de años me mandé cagadas de proporciones épicas, y mi vieja, armada de paciencia, estuvo a mi lado, siempre a mi lado.
    Bueno, creo que está dicho lo que tenía que decir. Estas son las razones por las que, a pesar de ser consciente que un día como hoy es más que nada un invento para aumentar los ingresos por ventas de los comerciantes de este bendito país y que es el día que muchos creen que los exime de su desinterés por sus madres el resto de los días del año, y dejando de lado la parte sentimental del asunto, porque se lo merecen tengo que decir:

Feliz día de la madre, para mi vieja y para todas las viejas que me lean.



jueves, 10 de octubre de 2013

Una ciudad


    Los habitantes de esta ciudad son casi perfectos. Hoy son más humanos que nunca antes (signifique lo que signifique eso). En esta ciudad nadie fuma, de hecho, sólo unos pocos privilegiados (entre los que me incluyo) sabemos de la existencia del tabaco, pero nunca lo hemos probado. Lo mismo sucede con otras drogas como el alcohol y la marihuana. No podemos permitir esta debilidad entre nuestra gente. En esta ciudad todos son vegetarianos, aunque el término como tal es desconocido, cayó en el olvido porque la gente común no conoce otra forma de alimentarse. Así es más sano, económicamente conveniente y más humano. En esta ciudad el crimen no existe, los malos pensamientos fueron arrancados de raíz, el mal no tiene lugar en su futuro. La muerte ya no es más la muerte, no saben la diferencia entre muerte natural, asesinato y suicidio, para ellos sólo es traspasar una puerta, una puerta literal hecha de algo parecido a la madera, lo que sucede más allá de ella no les interesa. Se reproducen en laboratorios, es más sano, limpio y seguro. Y así una infinidad de pequeñas mejoras que los hicieron lo que hoy son. Después de cuatro siglos lo logramos. No fue fácil. Hace más de cuatrocientos años nos aislamos del resto del mundo. Era necesario. Necesitábamos seguir adelante. La evolución nos guiaba. La evolución nos lo pedía.
    Pertenezco a una estirpe de seres superiores. El abuelo de mi abuelo fue el primero en plantear la idea. Él y cuatro de sus colegas estaban sentados alrededor de una mesa. Ellos dirigían la ciudad, inclusive los jueves por la noche. Alrededor de la mesa unos masticaban sus cigarros, otros pitaban sus cigarrillos, todos disfrutaban del delicioso rojo de un añejo vino tinto, todos asentando la copiosa cena, los jueves por la noche la cena siempre era asado, vuelta y vuelta, apenas un poco menos que cocido. Entonces el abuelo de mi abuelo habló: «Debemos cambiar». Y ya no hubo marcha atrás.
    Construyeron un muro, contiene a la ciudad y es el más alto del mundo. Cortaron todas las líneas telefónicas y destruyeron todos los dispositivos de telecomunicaciones. Dinamitaron las carreteras. Borraron a la ciudad de todos los mapas. Se quedaron solos al fin. Ya estaban protegidos de los demás, pero faltaba hacer algo más, protegerse de ellos mismos.
    Los adultos podían forzarse y fingir hasta hacer real lo fingido, pero con los niños era distinto. Así que fueron por ellos ¿Cómo podrían resistirse los niños? Raparon sus cabezas, los vistieron con los mismos uniformes grises y fríos. Les dijeron cuándo y qué mirar, cosieron sus párpados con intangibles agujas e hilos. Les dijeron qué comer y qué sentir. Cerraron todas las ventanas y quemaron casi todos los libros, sólo se salvaron los que están escondidos en la biblioteca de los elegidos. Yo soy uno de los cinco elegidos. Esto hicieron generación tras generación hasta que se convirtió en costumbre el suplicio.

    Y así llegamos a este punto. Escribí esto aunque escribir está prohibido. Haré miles de copias y me las arreglaré para que lleguen a su destino. Me fumaré un cigarrillo que duerme en su paquete cerrado hace cuatro siglos. Después me cortaré las venas. Vivir así no es lo mío.

martes, 24 de septiembre de 2013

Hola pibe

    Ya hace mucho que se enfrío lo que quedó de vos en esa oscuridad reciclada, pibe. Pero hay cosas que no se enfrían, tu eco en el cantito de miles de voces igualitas a la tuya, por ejemplo, la sensación de haberte conocido aunque nunca te conocí, la sensación de haberte perdido aunque nunca te perdí, pero sí.
    Por eso me sabe a poco tanto (o tan poco) bombo en los diarios de hoy. Es que parece que esa putita ciega y barata se acordó de vos y de lo que pasó. Pero se acordó tarde, tan tarde que hoy muchos no saben quien sos.
    Hoy más que nunca me queda claro que eso que llaman justicia es un caracol con muletas. Pero este caracol no es ciego, más bien es tuerto. Ese caracolito rengo, baboso y tuerto, me daría tanta risa si no fuera tan triste tanto juego siniestro.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

En mi mundo...


    En mi mundo soy el único y verdadero dios. Soy el principio y el fin de todos y cada uno de los disparates. Las procesiones son interminables porque nunca comienzan. O comienzan y terminan al mismo tiempo y así es como si nunca comenzaran o nunca terminaran o algo. Los rezos son inenarrables y por eso me los digo suavecito al oído, por la mañana los lunes, por la tarde los domingos.
    En mi mundo soy el único habitante. Así las guerras tienen un solo bando, pero no por eso son menos sangrientas. Yo no tomo prisioneros. Si no se mueren en las batallas, se mueren en el paredón, con un cigarro en la boca y la mano sobre el ratón. Yo trato de salvarme, pero nunca lo logro. Siempre me muero al final de cada conflicto y como no hay nadie para que me entierre ahí me quedo, junto al paredón, muerto, pero sonriendo, hasta el tercer día, entonces me levanto de entre los muertos.
    Mi mundo es realmente pequeño, pero doy un paso y me pierdo. A veces paso días y días dando pasos de uno en uno y sin sentido, hasta que vuelvo al principio y me encuentro. Una vez intenté dibujar un mapa, pero me distraje escribiendo mi nombre en el reverso.
    Mi mundo existe sólo en un cuento, pero eso no me pone triste. Muy por el contrario: me pone contento. Es difícil que un mundo, por más pequeño que sea, sea destruido por completo dentro de un cuento. Porque siempre existirá un distraído que lo lea y lo ponga a girar de nuevo.

martes, 10 de septiembre de 2013

Somos islas sin alas


Somos islas sin alas
ancladas a la deriva
de las mañanas claras
de cielos entre comillas.

Somos voz de la parca
sombra de aquellos días
olvidados en la larga
agonía de la risa.

Somos la más barata
de las radiantes baratijas.

Somos la más cara
de las raras melodías.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Hoy vi...


Hoy vi un paraguas negro
durmiendo en la vereda
tan triste y olvidado
que parecía muerto.
Y ensayé para nosotros
algunos tristes versos.
Los escribí en la mañana,
con humo y con viento,
sin rima y sin pericia,
por falta de tintero.
Hablaban de un París viejo
que vos y yo nunca tuvimos,
pero perdimos en silencio.
Ese París que nunca tendremos,
donde viviremos cuando viejos,
azul de tanta calle gris,
mojado de tanto cuento,
tan tuyo y tan mío,
tan grande,
tan pequeño.
Pero di un paso
y luego otro,
empujado por el sueño.
Y en cada paso dado
se fueron diluyendo
mis versos inútiles
dejando en mis dedos
tu piel de mañana
en la mañana
donde duermes
en silencio.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Entonces pasa que

    Entonces pasa que te acostumbrás a no estar a la altura. Será que el metro setenta y poco es de verdad poco cuando se trata de estar a la altura de la que tanto hablan. Será que vivís en la altura, pero esos mil seiscientos metros sobre el nivel del mar que te acunaron al nacer son poquitos cuando hablás de la luna. Será que te lo repitieron una y otra vez a lo largo y lo ancho de los años. Te lo dijo una y otra vez con la mirada la madre de la niña rubia que querías con locura. Te lo dijo el reflejo mentiroso de tus propios ojos esa noche de tormenta, whiskey, Redondos y heridas abiertas. Te lo dijo la primera vez que dejaste los pantalones cortos. Te lo dijo un día de noviembre la primera vez que volviste a ponértelos porque no tenías otros. Te lo dijo la segunda vez que dejaste los pantalones cortos sabiendo que te van mejor los otros, pero insistiendo porque sos terco, terco como una mula.

    Entonces encendés otro pucho, releés lo que escribiste y te das por satisfecho. Es exactamente lo que esperabas: confuso y corto.

    Entonces pasa que negás tu propio enunciado. Será que estar a la altura no está a la altura de lo que opinan los locos. Será que tenés poco de poeta, pero mucho de lo otro.

jueves, 15 de agosto de 2013

El gato en la caja


    Cruzo la pierna porque así me siento más cómodo. Será sólo por un momento. Después la pierna se duerme. La bajo. Aguanto las más de mil agujas que me atacan con celo. Me acomodo. Enciendo un pucho y sigo observando la caja.
    Sé que el gato está adentro. No puedo escucharlo. Será que está encerrado en su encierro. No puedo olerlo. Es que los gatos imaginarios no huelen ni quieren hacerlo. Pero sé que está adentro. Supongo que duerme. Porque la caja está cerrada y adentro debe estar oscuro y es lo más lógico. Por lo menos eso hago yo cuando me encierro en mi cuarto con las luces apagadas. Aunque puede que esté despierto, porque, después de todo, es un gato y puede hacer lo que quiera y no necesita dar explicaciones.
    Esta situación comenzó hace veinticuatro horas. Todo fue culpa de un minuto de ocio y un recuerdo. La cuestión es que me levanté tarde, siempre me levanto tarde los treinta de febrero, y la caja ya estaba ahí, muda y bien ubicada. Y el gato brillaba por su ausencia, o, mejor dicho, ni maullaba de tanta ausencia. Y supuse, qué digo, supongo que una cosa lleva a la otra y que el gato, si es honesto, estará adentro de la caja jugando el juego. Entonces pensé en mover la caja, pero deseché la idea. La caja podía ser muy pesada o, peor aun, muy liviana y podía lastimarme la espalda o la idea o la palabra. Así que la caja quedó donde la encontré. Arrastré un sillón hasta la puerta del cuarto y me di cuenta de que no pasaba por dicha puerta. Así que devolví el sillón a su lugar y me llevé una silla. La silla es por demás incómoda, pero no importa. Lo importante es que estoy sentado mientras aguanto. Y si no aguanto, me pongo de pie. Nadia me trae café. Lo trae como a mí me gusta: tibio y negro, bien negro y sin azúcar. A veces también me trae cigarros, no los negros que a mí tanto me gustan, los mentolados que fumo ahora que me estoy poniendo viejo y blando. Y mientras tanto sigo mirando la caja. La miro pero no la toco. No vaya a ser cosa que la abra y acabe con las probabilidades del gato. Mejor la dejo así. Con el gato adentro, vivo y muerto, ni vivo ni muerto, y con sus probabilidades intactas.

lunes, 12 de agosto de 2013

Es así de simple

   Lejos de lo que pueda parecer, soy de los que aman las cosas simples de la vida. Las cosas simples me hacen feliz. Es que las cosas simples tienden a la sinceridad y lo hacen por naturaleza propia, no necesitás empujarlas a ello. Será por eso que, a pesar de lo complejo y complicado de estos dos años juntos, me hacen plenamente feliz las cosas simples de mi vida con vos. Sabés que no me voy a acordar de nuestro aniversario aunque sea doble aniversario, pero hacés como que no te importa, pero dejándome en claro que te importa. Y eso está bien. Sabés que por muchas cosas que intente, al final, la mayoría de las veces me voy a quedar sólo en el intento. Otra vez hacés como que no te importa, pero dejándome en claro que te importa. Y eso también está bien. Te sale tan fácil decirme que soy un boludo como mandarme a la chingada. Y eso me encanta, porque suelo ser un boludo y porque suelo ganarme mi pasaje sin retorno a la chingada. Y lo voy a dejar ahí. Porque bien sabés que es esencial en mi búsqueda, esa que suele estar juntando polvo en la estantería que dije que iba a hacer y que nunca hice, dejar atrás la cursilería, aunque sé que al final no se puede huir de la cursilería, y ya me fui por las ramas de un árbol que no existe y así. Te decía: lo dejo ahí. Nada más voy a decir porque, vos sabés lo que digo cuando nada digo. Es así de simple.

miércoles, 31 de julio de 2013

Entonces me parece que...


    Entonces me parece que todo lo que viene después escribir, o sea, revisar, corregir, dejar reposar, volver a revisar y volver a corregir y así, es una serie de trabajos inútiles. ¿Para qué dar tantas vueltas? ¿Dónde está el riesgo si tomo tantos recaudos? Entonces me decido y enciendo un pucho y no escribo nada hasta que no termino de fumar, porque ya lo dijo alguna vez un perro: “O fumás o escribís, no podés hacer las dos cosas al mismo tiempo”, él dijo más o menos eso en mexicano y yo lo repito en argentino porque así me sale. Bueno, la cuestión es que apago el pucho y me largo a escribir como si supiera hacerlo. Aporreo el teclado con sólo cuatro dedos, dos de cada mano, porque no sé hacerlo de otra manera. Dejo de lado la búsqueda de una idea y vomito palabras a diestra y siniestra. Digamos, me arriesgo, dejo que las palabras busquen el camino ellas solitas, que ellas busquen y plasmen la idea. Termino de escribir. Lo sé porque ya no se queja el teclado. Entonces enciendo otro pucho y lo fumo mientras publico una nueva entrada en el blog. Sin revisar, ni corregir, ni dejar reposar, ni volver a revisar y sin volver a corregir y así.
    Un par de horas después me pica la duda. Cierro Facebook, igual y ya me cansé de jugar al Candy Crash, cierro Twitter, igual y el chatuiteo ya me aburrió, y abro la página del blog. Leo lo que publiqué más temprano. Digo una palabra, una sola palabra que resume todos los sentimientos que me produce leer lo que estoy leyendo. Porque a veces las palabras sí buscan y plasman la idea ellas solitas. No siempre, no es el caso de la última entrada en mi blog, esta que vos estás leyendo ahora, pero a veces sí. Entonces, como les venía diciendo, digo una sola palabra que resume todo: pelotudo.

domingo, 16 de junio de 2013

Los pasos de mi viejo

    Hace tiempo que me juré reprimir el impulso animal que me lleva a escribir rezumando cursilería. Esto me mantiene alejado de los bares virtuales donde pernoctaba hasta hace no mucho tiempo. Pero los domingos a la mañana, antes de de la primera taza de café, las manos están débiles y se dejan llevar.
    Será que diez minutos antes de las ocho, cuando me senté en el borde de la cama, lo primero que vi fueron mis zapatos, esos que uso para ir a la fábrica, tan necesitados de lustre y me acordé de mi viejo, que se llama Miguel y que entre otras cosas es carpintero. Porque mi viejo me enseñó a lustrar mis zapatos, esos zapatos negros con cordones que usaba de chico para ir a la escuela y que volvían siempre llenos de marcas y polvo, porque pateaban las primeras piedras del camino y las pelotas improvisadas con papel y bolsas de plástico que usábamos en el recreo para jugar épicos partidos de fútbol de los que apenas me acuerdo. También me enseñó a caminar. Y no me refiero a esos primeros pasos que di cuando todavía usaba pañales. Me refiero a esos pasos que doy ahora, cuando cada mañana camino las treinta cuadras que separan mi casa de la terminal donde tomo el colectivo que me lleva a Río Blanco. De las pocas cosas de mi infancia que se quedaron marcadas a fuego en mi memoria, los pasos de mi viejo son los más nítidos. Alguna vez lo acompañé al trabajo, cuando trabajaba ahí, en Alto Comedero, cerquita de casa. Ahora me parecen que eran treinta cuadras, pero temo que mi memoria sea víctima de la mañana traicionera. Recuerdo sus botines negros dibujando pasos largos, tan largos que se me hacían inalcanzables. Pasos firmes, tan firmes que parecían sostener el mundo. Recuerdo caminar con la honda colgada del cuello, tratando de mantener el ritmo. Recuerdo mis pies adoloridos, pero contentos. Recuerdo que en ese momento aprendí a caminar.
    Y pienso. Pienso que al final de cuentas cada paso que doy encierra un eco que encierra el eco de otros pasos. Pienso que en cada paso que doy está el eco de los pasos de mi viejo y el eco de los pasos de su viejo que era mi abuelo y se llamaba Francisco, como el mayor de mis hijos y como yo, y que entre otras cosas era carpintero. Pienso que sería bonito que mis hijos también escuchen el eco de mis pasos y de los pasos de mi viejo en los suyos. Pienso que no hay manera más bonita de escribir tu nombre en el tiempo.

sábado, 4 de mayo de 2013

La cintura me está matando

    Me despertó el dolor. La cintura me está matando. Son los diez kilos que subiré en un par de años. O quizás son las preocupaciones que todavía no tengo pero que me aquejan a diario. Me senté en el borde la cama y encendí un pucho. Tengo la sensación de que no debería fumar dentro de casa, pero nadie se está quejando. Son las cuatro de la mañana y están todas las luces apagadas. Y qué cosa tan rara. Me gusta dejar al menos una luz encendida antes de dormir. Por la ventana sin cortinas entra un débil rayito de luz, gentileza de una luna cuesta abajo. Las cenizas van a parar en partes iguales al piso y al cenicero de River que me mira como despidiéndose, vaya uno a saber por qué.
   Apago el pucho y salgo del cuarto. Doy un paso en falso y caigo de rodillas. Mierda, digo, ¿dónde mierda está la escalera? Y me río. Es que no hay escalera en esta casa. Abro la heladera y encuentro los restos de una milanesa a la napolitana y de una coca de tres litros. Desayuno de campeones, me digo y doy cuenta de ellos.
    Me meto en el baño. Lavo mis dientes y me afeito. Mientras me miro en el espejo pienso pero qué es esto. El pelo llora de corto. La cara con más granos que vellos. Y me río. Me río otra vez sin venir a cuento. Es que hace quince años que llevo el pelo corto. Es que nunca me dejé el bigote ni quise hacerlo.
    Me visto despacio. Fumo otro pucho. El humo juega en el techo. No tengo medias limpias. Voy a buscar las menos sucias en el canasto de ropa sucia que no tengo. La camisa sí que esta limpia y bien planchadita. Es que para mí es una apuesta planchar cada camisa y gano cuando juego. Otra colilla al cenicero. Un poco de gel al pelo. Salgo de casa esquivando los regalos de los perros. Pinches perros, digo y no me entiendo. Empiezo a caminar buscando la parada del colectivo. Voy a llegar tarde al trabajo y me parece raro aunque sé que no lo es. Sigo caminando y me pregunto ¿qué es esto si no es un sueño?

jueves, 7 de febrero de 2013

Uno


    Uno busca lleno de esperanzas el camino que... No. No, no y no. De ninguna manera. Recitar el tango fatal que aprendimos de memoria en las calles grises que sólo sobreviven en nuestros recuerdos es un ejercicio inútil y suicida. Suicida porque es fácil vivir sin vivir llorando por los rincones tanto de noche como de día. Sabemos que ese tango no es el tango que abrazamos en nuestras noches de insomnio. Sabemos que en nuestro tango desentonamos porque es nuestro. O que desentona el tango en nuestras noches de boca cerrada y mirada abierta, porque la noche no es del tango, aunque quisiera. Sabemos que bailamos solos y en silencio, sentados en una silla de madera dura que poco a poco se fue despintando. Sabemos que la silla nos enfrenta a una mesa hecha de la misma madera que también se fue despintando con el paso de lunas ciegas muertas de frío. Sabemos que sobre la mesa grita la ventana mira, o grita, a ese mundo que está más allá de la puerta, pero despreciamos la puerta porque el mundo nos queda más cerca, o algo así, si nos encerramos con dos candados, tres cerraduras y cuatro cuadros. Sabemos que esta noche terminó hace mucho tiempo y, sin embargo, seguimos tarareando el mismo tango en la noche interminable, fumando uno tras otro esos cigarrillos negros que nos gustan tanto. Sabemos que la ausencia del fin y el fin de la espera es la misma cosa, porque todo da vueltas y vueltas hasta que las mismas vueltas se marean. Sabemos que no depende de nosotros y no nos importa, y al mismo tiempo nos importa tanto que nos vuelve locos y ya no sabemos qué escribimos. Y hasta ahí llegamos siendo uno y tenemos que enfrentarnos con nosotros mismos y decidir y así dividirnos. Dejamos de escribir o escribimos. Y al final da igual. Es lo mismo. Lo que importa es leer, porque lo que es escribir, escribe cualquiera. Es facilísimo.

martes, 22 de enero de 2013

Hablando de escribir (un texto de F. R. Rabbit)

    Cada día escribo menos, pero sigo leyendo igual que antes. Creo que, al fin y al cabo, eso es lo importante. Y cuando digo que sigo leyendo igual que antes, me refiero a que leo todo lo que puedo. Inclusive lo que todavía no está escrito pero que, por esas cosas del destino, cae en mis manos.
    Hoy pasó justamente eso. Estaba puteando, como acostumbro putear a diario por cualquier cosa que me pasa o no, y cayó en mis manos, o en mis dedos, o como anillo al dedo, un texto del, por ahora, desconocido F. R. Rabbit. Se llama “Hablando de escribir”. A continuación lo transcribo y dejo a criterio de ustedes condenarlo o salvarlo del olvido.

   "Hablando de escribir, te debo un cuento. Sólo un cuento porque tu pelotudez no alcanza para una novela. El cuento está a medio escribir y comienza con tu intento, que de intento nada tiene, de ir más allá tragando unas cuantas pastillas de sabores surtidos. Y de poesía mejor ni hablemos, cualquier poesía que te nombró murió hace más de diez años, hace mucho más de diez años.
   La cuestión es que el cuento es tan corto como largo. Comienza justo donde termina. Vos abrís la boca para comer las pastillitas y yo abro los ojos justo a tiempo para ver la salida. Pero me quedo un rato más porque temo perder eso que llamo vida y que no es otra cosa que un chiste sobre idas y venidas.
   Para colmo de males es un cuento malo. Y no es un cuento malo porque le pegue a los otros cuentos (que el Negro me perdone el plagio), es malo porque ni siquiera llega a cuento y es más una carta de despedida. La enésima carta de despedida que te escribo. Carta de despedida inútil como todas las anteriores, porque parece que no entendés bien como fue la movida. La movida que empezó hace muchos años atrás. La que dejó bien claro que tu camino es tu camino y mi camino es distinto. Y no olvidemos que el camino es por lo que vivimos."

F. R. Rabbit
"Cuentos o algo así"
(Ed. Aconejadas, 1ra. edición, enero de 2015)