Los habitantes de esta ciudad son casi perfectos.
Hoy son más humanos que nunca antes (signifique lo que signifique eso). En esta
ciudad nadie fuma, de hecho, sólo unos pocos privilegiados (entre los que me
incluyo) sabemos de la existencia del tabaco, pero nunca lo hemos probado. Lo
mismo sucede con otras drogas como el alcohol y la marihuana. No podemos
permitir esta debilidad entre nuestra gente. En esta ciudad todos son
vegetarianos, aunque el término como tal es desconocido, cayó en el olvido
porque la gente común no conoce otra forma de alimentarse. Así es más sano,
económicamente conveniente y más humano. En esta ciudad el crimen no existe, los
malos pensamientos fueron arrancados de raíz, el mal no tiene lugar en su
futuro. La muerte ya no es más la muerte, no saben la diferencia entre muerte
natural, asesinato y suicidio, para ellos sólo es traspasar una puerta, una
puerta literal hecha de algo parecido a la madera, lo que sucede más allá de
ella no les interesa. Se reproducen en laboratorios, es más sano, limpio y
seguro. Y así una infinidad de pequeñas mejoras que los hicieron lo que hoy son.
Después de cuatro siglos lo logramos. No fue fácil. Hace más de cuatrocientos
años nos aislamos del resto del mundo. Era necesario. Necesitábamos seguir
adelante. La evolución nos guiaba. La evolución nos lo pedía.
Pertenezco
a una estirpe de seres superiores. El abuelo de mi abuelo fue el primero en
plantear la idea. Él y cuatro de sus colegas estaban sentados alrededor de una mesa.
Ellos dirigían la ciudad, inclusive los jueves por la noche. Alrededor de la
mesa unos masticaban sus cigarros, otros pitaban sus cigarrillos, todos
disfrutaban del delicioso rojo de un añejo vino tinto, todos asentando la
copiosa cena, los jueves por la noche la cena siempre era asado, vuelta y
vuelta, apenas un poco menos que cocido. Entonces el abuelo de mi abuelo habló:
«Debemos cambiar». Y ya no hubo marcha atrás.
Construyeron un muro, contiene a la ciudad
y es el más alto del mundo. Cortaron todas las líneas telefónicas y destruyeron
todos los dispositivos de telecomunicaciones. Dinamitaron las carreteras. Borraron
a la ciudad de todos los mapas. Se quedaron solos al fin. Ya estaban protegidos
de los demás, pero faltaba hacer algo más, protegerse de ellos mismos.
Los adultos podían forzarse y fingir hasta
hacer real lo fingido, pero con los niños era distinto. Así que fueron por
ellos ¿Cómo podrían resistirse los niños? Raparon sus cabezas, los vistieron
con los mismos uniformes grises y fríos. Les dijeron cuándo y qué mirar, cosieron
sus párpados con intangibles agujas e hilos. Les dijeron qué comer y qué sentir.
Cerraron todas las ventanas y quemaron casi todos los libros, sólo se salvaron
los que están escondidos en la biblioteca de los elegidos. Yo soy uno de los
cinco elegidos. Esto hicieron generación tras generación hasta que se convirtió
en costumbre el suplicio.
Y así llegamos a este punto. Escribí esto
aunque escribir está prohibido. Haré miles de copias y me las arreglaré para
que lleguen a su destino. Me fumaré un cigarrillo que duerme en su paquete
cerrado hace cuatro siglos. Después me cortaré las venas. Vivir así no es lo
mío.
Llegador tu texto.
ResponderEliminarAbrazos.