miércoles, 31 de julio de 2013

Entonces me parece que...


    Entonces me parece que todo lo que viene después escribir, o sea, revisar, corregir, dejar reposar, volver a revisar y volver a corregir y así, es una serie de trabajos inútiles. ¿Para qué dar tantas vueltas? ¿Dónde está el riesgo si tomo tantos recaudos? Entonces me decido y enciendo un pucho y no escribo nada hasta que no termino de fumar, porque ya lo dijo alguna vez un perro: “O fumás o escribís, no podés hacer las dos cosas al mismo tiempo”, él dijo más o menos eso en mexicano y yo lo repito en argentino porque así me sale. Bueno, la cuestión es que apago el pucho y me largo a escribir como si supiera hacerlo. Aporreo el teclado con sólo cuatro dedos, dos de cada mano, porque no sé hacerlo de otra manera. Dejo de lado la búsqueda de una idea y vomito palabras a diestra y siniestra. Digamos, me arriesgo, dejo que las palabras busquen el camino ellas solitas, que ellas busquen y plasmen la idea. Termino de escribir. Lo sé porque ya no se queja el teclado. Entonces enciendo otro pucho y lo fumo mientras publico una nueva entrada en el blog. Sin revisar, ni corregir, ni dejar reposar, ni volver a revisar y sin volver a corregir y así.
    Un par de horas después me pica la duda. Cierro Facebook, igual y ya me cansé de jugar al Candy Crash, cierro Twitter, igual y el chatuiteo ya me aburrió, y abro la página del blog. Leo lo que publiqué más temprano. Digo una palabra, una sola palabra que resume todos los sentimientos que me produce leer lo que estoy leyendo. Porque a veces las palabras sí buscan y plasman la idea ellas solitas. No siempre, no es el caso de la última entrada en mi blog, esta que vos estás leyendo ahora, pero a veces sí. Entonces, como les venía diciendo, digo una sola palabra que resume todo: pelotudo.