domingo, 15 de junio de 2014

En el camino, te veo, nos veo


    Francisco era carpintero. Imagino que era muchas otras cosas, pero me quedo con ese dato certero. ¿Cuántos años tenía en la década del ’30? ¿Votó por Yrigoyen? ¿Escuchaba los partidos de la banda en la radio y gritaba los goles de Labruna? ¿Qué sabía de los horrores de la segunda guerra mundial? ¿Qué pensó cuando ascendió Perón? ¿Qué pensaba de Evita? ¿Qué pensó cuando derrocaron al general? ¿Tenía las mismas manos fuertes de mi viejo? Son tantas preguntas, quizás algún día, o, mejor dicho, alguna noche de insomnio me las conteste.
    René era ferroviario. Como maquinista, hizo alguna vez el tramo que une San Salvador de Jujuy y La Quiaca. En parte, ese ramal del ferrocarril Gral. Belgrano, que hoy se oxida tapado por la indiferencia, es culpable de mi gentilicio. Con él las preguntas son menos, pero no pocas. Sé que no votó a Perón para su segundo gobierno, o eso creo, porque, según mis cálculos, sólo tenía diecisiete años en aquella primavera. Pero era peronista, tan peronista que descolgó su foto con Menem de la pared cuando entendió la infamia del falso caudillo de sus últimos días. En casa de mi viejo todavía está la copia de «La comunidad organizada» que me regaló un verano, cuando lo ayudaba a fumar, porque ya no podía utilizar sus manos.
    Mi viejo se llama Miguel. Los que nos vieron caminar juntos, dicen que tenemos el mismo andar, que es el mismo andar que tiene mi hijo Sebastián. Con eso está todo dicho. Llevo años tomando notas mentales sobre su vida, pero ahora sólo voy a decir eso. Creo que algún día, cuando lo años me pesen y el insomnio sea mi única salida, pondré un tango bajito, para no despertar al día, y escribiré una historia, mitad real, mitad ficticia, para que mis notas metales no se pierdan cuando se pierdan mis días.



jueves, 5 de junio de 2014

Una carta que nunca escribí para que nunca la leas



   Creo que nunca te escribí una carta y creo, también, que nunca te voy a escribir una. Es que las cartas se escriben a mano y yo escribo con los pies. Por eso ahora no te escribo una carta para que no la leas. Te cuento que hace tiempo que me prometí abandonar lo cursi, es que es un camino cerrado, que inevitablemente me aleja del verdadero camino, alguna vez voy a contarte, o no, de lo que acabo de decirte, pero sí quiero que sepas, antes de seguir leyendo, que lo cursi está ausente en este texto.
   Lo que sí te voy a contar, es que hoy, que es tu cumpleaños, estuve pensando en vos. Y no, no es que el resto de los días, esos días que son tu nocumpleaños, no piense aunque sea un ratito en vos. Sí, me acuerdo de vos cuando escucho cantar a Mercedes Sosa, no porque cantes como ella cuando cantás, sino porque cantás como ella cuando no cantás. También cuando tropiezo con el cordón de la vereda, y no por el tropiezo, sino porque después sigo caminando. También cuando me despierto temprano los domingos y veo por el color de la mañana que será un día tranquilo, los domingos nublados también, pero antes pienso en el viejo, porque se me da por cantar bajito esos tangos que me aprendí de memoria en otros domingos.
   Bueno, la cuestión es que hoy completaste otra vuelta al sol y, de más está decir, no podía quedarme, justamente, sin decir algo por escrito. Quedó breve, pero breve no es cortito. Y si me quedó un poco cursi, no importa, porque no vas a leer lo que no he escrito.




lunes, 7 de abril de 2014

Prometeo, el espejo

«¿qué sería
de nosotros
si en vez del fuego
Prometeo
hubiera robado
un espejo?»



    Hay preguntas cuyas respuestas se escribieron mucho antes de que naciera la madre de la madre del que preguntó. Nacen de los caprichos del tiempo que corre persiguiéndose a sí mismo sin llegar a darse alcance. Las respuestas son huellas que fueron dejadas antes del antes en la arena del olvido. Las preguntas son pies cansinos que se arrastran borrando las huellas de las que son motivo.

    Tengo algunas respuestas, antes de que me olvide, las escribo:

Yo me robé esta idea, pero no pido perdón.

Prometeo no robó el fuego, pero a nadie le importó.

Prometeo robó un espejo, pero nadie se enteró.

Prometeo no existió, pero podrías ser vos.

Los hombres miraron en el espejo, pero cada uno sólo vio a su dios.

El espejo se rompió, pero no se perdió.

Los hombres no se miran a los ojos, el reflejo les recuerda su traición.

También tengo algunas preguntas, pero las guardo en un cajón.






lunes, 24 de marzo de 2014

No te lleves estas dos palabras, viento


   Será que nací en 1977 al norte de un país que era y es todo sur, que a veces me siento desubicado. Mi viejo tenía 39 años y ya cargaba en las espaldas toda una vida de sangre, lágrimas y trabajo. Mi vieja tenía 19 años, recién terminaba la escuela y vivía en medio de estos cerros que son tan míos, pero que siempre estuvieron lejos de los llanos de su Santiago.
   Nací en una Argentina oscura y terrible, pero nadie me había avisado. En mi casa nunca se habló de aquellos años o, quizás, se habló y yo no escuché, porque estaba jugando en otro cuarto. También pudo pasar que quisieron contarme y yo escuchaba para otro lado. La cuestión es que me pasé los primeros 13 años de mi vida sabiendo poco y nada de esos infames años.
   En 1983 tenía 6 años. Recuerdo la alegría que se respiraba en las calles porque había vuelto la democracia. Yo no sabía quién era, ni a dónde había ido, pero qué bonita sonaba esa palabra en la voz de ese tal Alfonsín que la repetía y la enarbolaba. Pero, para mí, ahí quedó todo. Yo seguí con lo mío, que era jugar a ser niño mientras inexorablemente dejaba de serlo.
   En 1990 escuchaba música grabada en los setenta, así que un día me puse a leer sobre lo que pasó en aquellos años, creo que comencé en octubre y todavía no he parado.
   En 2001 murió crucificado el niño que llevaba adentro. Él mismo talló su cruz y clavó sus clavos. En el pecho llevaba pintados con tinta morada una pluma, un martillo, un libro y todo su desencanto.
   En 2014, un lunes por la mañana, 24 de marzo, feriado, me puse a escribir esto. Pero resulta que la memoria es tan caprichosa como la inspiración. Quería escribir sobre lo que pasó hace 38 años, pero sólo pude escribir sobre lo que me pasó mí durante estos 37 años. Por un momento me desilusioné de mí mismo, pero ya se me pasó, porque lo que pasó, también me pasó aunque no me ha pasado. Y todo lo que hoy pasa, pasa por y a pesar de la oscuridad de aquellos años.
   Al final, nada de lo que quería decir pude ponerlo en palabras, pero quiero dejar algo escrito para no perder la maña.
   Todos los muertos son míos y son nuestros, aunque no me pertenecen ni nos pertenecen, aunque no sé todos sus nombres ni ustedes tampoco.
   Todas las palabras son mías y son nuestras, no importa cómo las pronunciemos, porque las palabras saben de lo que hablan.
   Por eso, viento, no te lleves estas dos palabras.
   Nunca más.
  
  
   

viernes, 14 de febrero de 2014

Estas palabras...

Estas palabras
no son chocolates,
ni flores en ramo,
ni tarjetitas
de vivos colores.
Estas palabras
no son suspiros,
ni besos,
ni estrelladas noches.
Estas palabras
son sólo palabras
y así son todo
lo que soy
y todo lo que tengo.
Estas palabras
son el sabor
del chocolate
y el perfume
de las flores.
Estas palabras son
el temblor de la mano
que te escribe
y te extraña.
Estas palabras son
el silencio que nace
del suspiro
que te llama.
Estas palabras son
el sabor de tus labios
en mis labios que te buscan
por la mañana.
Estas palabras son,
como somos vos y yo,
parte de una historia
que se escribe a dos manos
y se lee en el brillo
de nuestras miradas.



jueves, 13 de febrero de 2014

Tenía ganas de escribir...

Tenía ganas de escribir lo que pienso. Pero estoy cansado. Cansado de todo, cansado del mundo, de Rubén y de todos sus pretextos. Voy a tomarme, literalmente, vacaciones. Quiero estar en mi casa, esa casa que no está construida de ladrillos, sino de voces, rostros y afectos. Quiero despertarme temprano porque quiero y no porque debo. Quiero preparar desayunos, almuerzos, cenas y juegos. Quiero reírme de mi estupidez y ser un poquito menos estúpido, cada vez un poquito menos. Es cierto que no van a estar aquí todos los que tienen que estar, pero sí van a estar. No se preocupen, que yo me entiendo.
No es que quiera guardar silencio, quiero guardar palabras para afilarlas y usarlas luego. Quiero aplacar un poco la rima que empalaga mis textos. Quiero que la poesía sea poesía, que la prosa sea prosa y que no me importe lo inútil del intento.
Esto tiene un poco de ficción, porque, estando sentado donde estoy, es poco más que una expresión de deseo. Ni me despido ni me voy, sólo abro una ventana para poder escuchar lo que dice el viento y para poder mirar un poquito más lejos.



martes, 21 de enero de 2014

No es que...

   No es que esté enojado, es que estoy triste. Es lo que me pasa cada vez que me doy de cabeza contra alguna de las paredes que me rodean. Es que nunca me gustaron las paredes, prefiero puertas y ventanas. ¿Viste que las paredes son mudas pero nunca se callan? En cambio las ventanas y puertas escuchan y no hablan, de verdad no hablan. Y yo soy de los que a veces se animan e intentan mirar más allá de los límites de su casa. Entonces me asomo imaginando una ventana, y nada, que la pared me para en seco, con un golpe certero en la frente o en la cara.
   Será que yo no soy el que dibuja las paredes.
   Será que yo no soy el que dibuja las puertas y ventanas.
   Pero quizás sí podría ser yo y eso es lo que me mata.



lunes, 6 de enero de 2014

Me miro en la pared...

Me miro en la pared
(el espejo ha muerto)
y saboreo un recuerdo
(mitad falso, mitad sincero).
Camino por un cuarto lleno
de polvo y libros viejos,
hecho de palabras ajenas
masticadas en silencio.
Al pie de la ventana veo
algunas cosas nuevas
acomodadas con esmero.
Por ahora el polvo las ignora,
creo que es cuestión de tiempo.
Veo, cómo lo digo, veo
algunos pasitos inseguros,
pero más seguros que mi vuelo,
seis ojos que me miran,
de a pares y risueños,
con mi mirada más allá
de los años venideros.
A la izquierda de la ventana
está mi escritorio y, creo,
en el escritorio estoy yo,
encorvado escribiendo
una y otra vez estos versos:
todo lo nuevo huele a viejo,
todo lo viejo huele a cuento,
todo cuento es un sueño
que escribimos sin saberlo.



miércoles, 1 de enero de 2014

A veces, siempre, la vida

A veces la vida es un océano de dulce de leche.
Todo muy dulce, pero tenés que remar,
porque, si aflojás, no avanzás.
Así que espero que en este nuevo año
mis brazos no me vayan a abandonar.
 A veces la vida es una interminable cuerda floja.
 El vértigo te anima, la altura te ilumina,
pero podés caer para no volver a levantarte.
Así que espero que mi equilibrio mejore,
porque al final las caídas
sólo son bonitas en los poemas.
A veces la vida es un camino en medio de la niebla.
Sabés que ahí está, 
pero no sabés bien dónde y a dónde va.
Así que espero una brisa,
mitad aire mitad risa,
aunque sea pequeñita,
que diluya un poco el velo y me asista.
A veces, siempre, la vida es sólo vida.
Sin metáforas inútiles, sin palabras precisas.  
A veces, siempre, la vida es poesía.
Que no me engañen las flores marchitas.
A veces, siempre, la vida.