jueves, 15 de agosto de 2013

El gato en la caja


    Cruzo la pierna porque así me siento más cómodo. Será sólo por un momento. Después la pierna se duerme. La bajo. Aguanto las más de mil agujas que me atacan con celo. Me acomodo. Enciendo un pucho y sigo observando la caja.
    Sé que el gato está adentro. No puedo escucharlo. Será que está encerrado en su encierro. No puedo olerlo. Es que los gatos imaginarios no huelen ni quieren hacerlo. Pero sé que está adentro. Supongo que duerme. Porque la caja está cerrada y adentro debe estar oscuro y es lo más lógico. Por lo menos eso hago yo cuando me encierro en mi cuarto con las luces apagadas. Aunque puede que esté despierto, porque, después de todo, es un gato y puede hacer lo que quiera y no necesita dar explicaciones.
    Esta situación comenzó hace veinticuatro horas. Todo fue culpa de un minuto de ocio y un recuerdo. La cuestión es que me levanté tarde, siempre me levanto tarde los treinta de febrero, y la caja ya estaba ahí, muda y bien ubicada. Y el gato brillaba por su ausencia, o, mejor dicho, ni maullaba de tanta ausencia. Y supuse, qué digo, supongo que una cosa lleva a la otra y que el gato, si es honesto, estará adentro de la caja jugando el juego. Entonces pensé en mover la caja, pero deseché la idea. La caja podía ser muy pesada o, peor aun, muy liviana y podía lastimarme la espalda o la idea o la palabra. Así que la caja quedó donde la encontré. Arrastré un sillón hasta la puerta del cuarto y me di cuenta de que no pasaba por dicha puerta. Así que devolví el sillón a su lugar y me llevé una silla. La silla es por demás incómoda, pero no importa. Lo importante es que estoy sentado mientras aguanto. Y si no aguanto, me pongo de pie. Nadia me trae café. Lo trae como a mí me gusta: tibio y negro, bien negro y sin azúcar. A veces también me trae cigarros, no los negros que a mí tanto me gustan, los mentolados que fumo ahora que me estoy poniendo viejo y blando. Y mientras tanto sigo mirando la caja. La miro pero no la toco. No vaya a ser cosa que la abra y acabe con las probabilidades del gato. Mejor la dejo así. Con el gato adentro, vivo y muerto, ni vivo ni muerto, y con sus probabilidades intactas.

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