miércoles, 18 de septiembre de 2013

En mi mundo...


    En mi mundo soy el único y verdadero dios. Soy el principio y el fin de todos y cada uno de los disparates. Las procesiones son interminables porque nunca comienzan. O comienzan y terminan al mismo tiempo y así es como si nunca comenzaran o nunca terminaran o algo. Los rezos son inenarrables y por eso me los digo suavecito al oído, por la mañana los lunes, por la tarde los domingos.
    En mi mundo soy el único habitante. Así las guerras tienen un solo bando, pero no por eso son menos sangrientas. Yo no tomo prisioneros. Si no se mueren en las batallas, se mueren en el paredón, con un cigarro en la boca y la mano sobre el ratón. Yo trato de salvarme, pero nunca lo logro. Siempre me muero al final de cada conflicto y como no hay nadie para que me entierre ahí me quedo, junto al paredón, muerto, pero sonriendo, hasta el tercer día, entonces me levanto de entre los muertos.
    Mi mundo es realmente pequeño, pero doy un paso y me pierdo. A veces paso días y días dando pasos de uno en uno y sin sentido, hasta que vuelvo al principio y me encuentro. Una vez intenté dibujar un mapa, pero me distraje escribiendo mi nombre en el reverso.
    Mi mundo existe sólo en un cuento, pero eso no me pone triste. Muy por el contrario: me pone contento. Es difícil que un mundo, por más pequeño que sea, sea destruido por completo dentro de un cuento. Porque siempre existirá un distraído que lo lea y lo ponga a girar de nuevo.

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