domingo, 16 de junio de 2013

Los pasos de mi viejo

    Hace tiempo que me juré reprimir el impulso animal que me lleva a escribir rezumando cursilería. Esto me mantiene alejado de los bares virtuales donde pernoctaba hasta hace no mucho tiempo. Pero los domingos a la mañana, antes de de la primera taza de café, las manos están débiles y se dejan llevar.
    Será que diez minutos antes de las ocho, cuando me senté en el borde de la cama, lo primero que vi fueron mis zapatos, esos que uso para ir a la fábrica, tan necesitados de lustre y me acordé de mi viejo, que se llama Miguel y que entre otras cosas es carpintero. Porque mi viejo me enseñó a lustrar mis zapatos, esos zapatos negros con cordones que usaba de chico para ir a la escuela y que volvían siempre llenos de marcas y polvo, porque pateaban las primeras piedras del camino y las pelotas improvisadas con papel y bolsas de plástico que usábamos en el recreo para jugar épicos partidos de fútbol de los que apenas me acuerdo. También me enseñó a caminar. Y no me refiero a esos primeros pasos que di cuando todavía usaba pañales. Me refiero a esos pasos que doy ahora, cuando cada mañana camino las treinta cuadras que separan mi casa de la terminal donde tomo el colectivo que me lleva a Río Blanco. De las pocas cosas de mi infancia que se quedaron marcadas a fuego en mi memoria, los pasos de mi viejo son los más nítidos. Alguna vez lo acompañé al trabajo, cuando trabajaba ahí, en Alto Comedero, cerquita de casa. Ahora me parecen que eran treinta cuadras, pero temo que mi memoria sea víctima de la mañana traicionera. Recuerdo sus botines negros dibujando pasos largos, tan largos que se me hacían inalcanzables. Pasos firmes, tan firmes que parecían sostener el mundo. Recuerdo caminar con la honda colgada del cuello, tratando de mantener el ritmo. Recuerdo mis pies adoloridos, pero contentos. Recuerdo que en ese momento aprendí a caminar.
    Y pienso. Pienso que al final de cuentas cada paso que doy encierra un eco que encierra el eco de otros pasos. Pienso que en cada paso que doy está el eco de los pasos de mi viejo y el eco de los pasos de su viejo que era mi abuelo y se llamaba Francisco, como el mayor de mis hijos y como yo, y que entre otras cosas era carpintero. Pienso que sería bonito que mis hijos también escuchen el eco de mis pasos y de los pasos de mi viejo en los suyos. Pienso que no hay manera más bonita de escribir tu nombre en el tiempo.