martes, 24 de septiembre de 2013

Hola pibe

    Ya hace mucho que se enfrío lo que quedó de vos en esa oscuridad reciclada, pibe. Pero hay cosas que no se enfrían, tu eco en el cantito de miles de voces igualitas a la tuya, por ejemplo, la sensación de haberte conocido aunque nunca te conocí, la sensación de haberte perdido aunque nunca te perdí, pero sí.
    Por eso me sabe a poco tanto (o tan poco) bombo en los diarios de hoy. Es que parece que esa putita ciega y barata se acordó de vos y de lo que pasó. Pero se acordó tarde, tan tarde que hoy muchos no saben quien sos.
    Hoy más que nunca me queda claro que eso que llaman justicia es un caracol con muletas. Pero este caracol no es ciego, más bien es tuerto. Ese caracolito rengo, baboso y tuerto, me daría tanta risa si no fuera tan triste tanto juego siniestro.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

En mi mundo...


    En mi mundo soy el único y verdadero dios. Soy el principio y el fin de todos y cada uno de los disparates. Las procesiones son interminables porque nunca comienzan. O comienzan y terminan al mismo tiempo y así es como si nunca comenzaran o nunca terminaran o algo. Los rezos son inenarrables y por eso me los digo suavecito al oído, por la mañana los lunes, por la tarde los domingos.
    En mi mundo soy el único habitante. Así las guerras tienen un solo bando, pero no por eso son menos sangrientas. Yo no tomo prisioneros. Si no se mueren en las batallas, se mueren en el paredón, con un cigarro en la boca y la mano sobre el ratón. Yo trato de salvarme, pero nunca lo logro. Siempre me muero al final de cada conflicto y como no hay nadie para que me entierre ahí me quedo, junto al paredón, muerto, pero sonriendo, hasta el tercer día, entonces me levanto de entre los muertos.
    Mi mundo es realmente pequeño, pero doy un paso y me pierdo. A veces paso días y días dando pasos de uno en uno y sin sentido, hasta que vuelvo al principio y me encuentro. Una vez intenté dibujar un mapa, pero me distraje escribiendo mi nombre en el reverso.
    Mi mundo existe sólo en un cuento, pero eso no me pone triste. Muy por el contrario: me pone contento. Es difícil que un mundo, por más pequeño que sea, sea destruido por completo dentro de un cuento. Porque siempre existirá un distraído que lo lea y lo ponga a girar de nuevo.

martes, 10 de septiembre de 2013

Somos islas sin alas


Somos islas sin alas
ancladas a la deriva
de las mañanas claras
de cielos entre comillas.

Somos voz de la parca
sombra de aquellos días
olvidados en la larga
agonía de la risa.

Somos la más barata
de las radiantes baratijas.

Somos la más cara
de las raras melodías.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Hoy vi...


Hoy vi un paraguas negro
durmiendo en la vereda
tan triste y olvidado
que parecía muerto.
Y ensayé para nosotros
algunos tristes versos.
Los escribí en la mañana,
con humo y con viento,
sin rima y sin pericia,
por falta de tintero.
Hablaban de un París viejo
que vos y yo nunca tuvimos,
pero perdimos en silencio.
Ese París que nunca tendremos,
donde viviremos cuando viejos,
azul de tanta calle gris,
mojado de tanto cuento,
tan tuyo y tan mío,
tan grande,
tan pequeño.
Pero di un paso
y luego otro,
empujado por el sueño.
Y en cada paso dado
se fueron diluyendo
mis versos inútiles
dejando en mis dedos
tu piel de mañana
en la mañana
donde duermes
en silencio.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Entonces pasa que

    Entonces pasa que te acostumbrás a no estar a la altura. Será que el metro setenta y poco es de verdad poco cuando se trata de estar a la altura de la que tanto hablan. Será que vivís en la altura, pero esos mil seiscientos metros sobre el nivel del mar que te acunaron al nacer son poquitos cuando hablás de la luna. Será que te lo repitieron una y otra vez a lo largo y lo ancho de los años. Te lo dijo una y otra vez con la mirada la madre de la niña rubia que querías con locura. Te lo dijo el reflejo mentiroso de tus propios ojos esa noche de tormenta, whiskey, Redondos y heridas abiertas. Te lo dijo la primera vez que dejaste los pantalones cortos. Te lo dijo un día de noviembre la primera vez que volviste a ponértelos porque no tenías otros. Te lo dijo la segunda vez que dejaste los pantalones cortos sabiendo que te van mejor los otros, pero insistiendo porque sos terco, terco como una mula.

    Entonces encendés otro pucho, releés lo que escribiste y te das por satisfecho. Es exactamente lo que esperabas: confuso y corto.

    Entonces pasa que negás tu propio enunciado. Será que estar a la altura no está a la altura de lo que opinan los locos. Será que tenés poco de poeta, pero mucho de lo otro.